8 feb 2011

"La montaña nos permitió sobrevivir"

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Hay alpinistas fieles a una religión particular, creyentes de un poder etéreo: si respetas, amas y tratas bien a la montaña, esta te recompensa. Es la fe en el quid pro quo (dar algo a cambio de algo). Simone Moro tuvo tiempo, tras pisar el pasado jueves la cima del Gasherbrum II (8.035 metros), y convertirse en el primer alpinista en subir en invierno un ochomil del Karakorum, de llenar su mochila con basura encontrada en la montaña, un gesto de respeto, su ofrenda particular, un detalle de gratitud de aspecto nimio de no ser porque en ese momento el italiano, el kazajo Denis Urubko y el estadounidense Corey Richards luchaban para seguir con vida azotados por rachas de viento de hasta 100 kilómetros por hora. Pero hay convicciones que uno no puede evitar alimentar. El trío acababa de hacer historia al conquistar por vez primera un ochomil de Pakistán en pleno invierno al amparo de una ventana de 36 horas de buen tiempo, ventana que se cerró de golpe a las 11.40, justo al pisar la cima con una sensación térmica de 60 grados bajo cero.
"Allí arriba no solo sentí una alegría egoísta, supe que el alpinismo había conquistado otro peldaño, algo que debe alegrar a toda la comunidad montañera", reconoce Moro, empeñado desde hace casi una década en la tarea. "Pero a partir de ese momento, los tres fuimos conscientes de que estábamos tratando de escapar de la muerte", afirma Moro. Su voz al otro lado del teléfono satélite suena tan dicharachera como siempre, sin rastro alguno de la angustia vivida a lo largo de los seis días invertidos en la gesta. "Creo", explica Simone sin sorna, "que la montaña apreció el hecho de que bajase una gran bolsa de basura y nos permitió sobrevivir". Su compañero Corey Richards, en cambio, todavía no se ha sacudido el pavor: "Fue al atravesar el plateau bajo la pirámide somital cuando el tiempo empeoró de veras. Ahí experimentamos realmente lo que es el invierno en el Karakorum. La situación se volvió casi inmanejable. Era uno de esos días en los que todo va saliendo bien aunque sabes que caminas sobre un filo que amenaza con convertir la situación en algo dramático".
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Y eso fue lo que casi sucedió, según Moro: "Ocurrió lo que puede ocurrir en invierno en plena tormenta, cuando estás cansado y no haces las cosas normales. No es que asumiésemos muchos riesgos, es solo que las condiciones eran terribles. Para cruzar la zona peligrosa bajo el G 5 normalmente se invierten 15 o 20 minutos, pero con nieve tan profunda y teniendo que abrir huella tardamos muchísimo más. La rotura de un serac (masa de hielo) arrastró parte de la nieve acumulada por el viento en las laderas del G 5 y se nos vino todo encima. Cuando pasó el alud, comprobé que estaba casi fuera, pero había perdido los guantes. Enseguida me desencordé y vi el buzo de pluma amarillo de Corey. Lo desenterré con mis manos desnudas, cavando, e hice lo mismo con Denis, cuya cara también estaba a la vista. Veinte minutos después, y con una visibilidad de apenas un metro, Corey cayó en una grieta y lo sacamos gracias a los jumars. Fue un día terrible, los banderines de color que marcan el camino nos salvaron la vida, abrimos huella en equipo, trabajando todos a una. Nos costó ocho horas recorrer el camino entre el Campo 1 y el Base, algo que normalmente cuesta tres horas. Después de seis días en la montaña casi no teníamos energías, pero sabíamos que hasta que no llegas al Base no has ganado la partida. Ahora puedo decir que ha sido maravilloso, pero también muy, muy extremo y no dejo de acordarme de la bolsa de basura".
Para Corey Richards, no se trató de un descenso sino de una huída a cámara lenta, impedida por el frío extremo y las cantidades ingentes de nieve que se acumularon en apenas unas horas: "Debemos dar las gracias por seguir con vida... algo ha cambiado para siempre en mi manera de ver estas montañas", asegura el norteamericano. "Fue el día más jodido que he pasado en una montaña y creo que a partir de ahora voy a celebrar también el día 4 de febrero como el día de mi otro cumpleaños".
Es la segunda vez que Moro escapa de un alud en el Himalaya. En 1997, intentando escalar en invierno el Annapurna 1 (8.078m) en compañía de Anatoly Boukreev y de Dimitri Sobolev, una avalancha los arrastró. Simone emergió vivo 500 metros de desnivel por debajo del punto de impacto. Nunca se encontraron los cuerpos de Sobolev, ni de Boukreev, alpinista de leyenda e injusto antihéroe del bestseller de Jon Krakauer Mal de altura. Moro, semidesnudo y con graves lesiones en sus manos, quemadas al agarrarse a la cuerda que unía a los tres, estuvo vagando por el glaciar durante horas hasta que alcanzó el campo base en el que solo había una senderista que habían conocido en la marcha de aproximación, invitada por unos días, y que acabó salvando su vida. Todavía hoy no se explica cómo sobrevivió. "Creo que hemos abierto una puerta y tengo la esperanza de que en muy pocos años se conquisten en invierno los cuatro ochomiles pakistaníes que faltan", confía Simone. El italiano piensa ya en el K2, el próximo invierno.

Fuente El Pais

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