23 mar 2011

Aurélien Drucroz

El pico Bec de Rosses. 3.223 metros de altitud. Nieve fresca caída la pasada noche. Cero grados. Domingo con cielo abierto en Verbier, en el Valais suizo. Con estas condiciones, cuatro competidores parecían disfrutar menos que el resto. La mirada fija en sus tablas recreando en su mente la trayectoria elegida, aspirando el escaso oxígeno que la alta montaña concede para recuperarse de la hora marcha, con el equipo a cuestas, hasta alcanzar la cima. Estos cinco se jugaban, en este imponente escenario, el título de la Copa del Mundo de esquí extremo.
Ganó quién más riesgos afrontó, el más vertical. Aurélien Drucroz, 28 años, francés de Chamonix, dejó con la boca abierta a los 7.000 espectadores reunidos para el decisivo momento al incluir en su ruta dos ‘cortados’ de unos 15 metros de los que escapó ileso y con el título mundial que ya conquistó en 2009. “Me sorprendió mucho que nadie eligiera mi línea, así que pensé: ‘Gracias, chicos. Me habéis hecho un bonito regalo’”.

Ducroz se impuso al austriaco Stefan Hausl, líder hasta la última prueba y gran derrotado en Bec de Rosses al concluir undécimo; al francés Jérémy Prevost, segundo el domingo tras Ducroz y tercero en la clasificación general definitiva, y al suizo Samuel Anthamatten, segundo. En la categoría de snowboard, los austriacos Mitch Toelderer y Flo Orley encabezaron un podio completado con la estrella francesa Xavier de Le Rue. En la categoría femenina se impuso la sueca Janette Hargin por delante de la ‘novata’ Angel Collinson, de EEUU, y de Janina Kuzma, de Nueva Zelanda.
A partir de ahora, Ducroz aparcará sus esquís para dedicarse a su nuevo ‘juguete’, un bote de 6,5 metros con el que cruzará el Atlántico en una competición con salida en La Rochelle, en Francia, y llegada en Salvador de Bahía, en Brasil. “Después de ganar la Copa del Mundo de esquí extremo en 2009, reuní un poco de dinero y compré un barco. Era muy viejo, pero con el caso de carbono”, explica Ducroz. “Mis patrocinadores me apoyaron y tuve que aprender muy rápido durante seis meses en Bretaña. Nunca había pasado la noche solo en un barco y tenía casi ningún conocimiento técnico. Mi objetivo era clasificarme para la regata transatlántica del próximo 25 de diciembre, y aunque tuve problemas electrónicos y rompí el mástil, lo conseguí”.
De la alta montaña al mar, de la libertad de movimientos sobre los esquís al confinamiento en un pequeño habitáculo. “La cabina debe de tener como dos metros”, señala. “No tienes radio ni ordenador. Es como antiguamente. Sólo tienes un GPS para las coordenadas y trasladar los números al mapa. No tiene ningún tipo de motor, así que atracar en puerto, por ejemplo, puede ser una pesadilla. Vieja escuela”.
Tras superar un año más un reto consistente en lanzarse por una ‘pared’ de rocas y nieve con un desnivel de 600 metros, cosa de pocos minutos, en el siguiente deberá recorrer 4.500 millas náuticas a través de los peligros imprevisibles del océano. “Ya, pero lo que peor llevo”, concluye Ducroz, “es no poder hablar con nadie. A partir de los dos días, empiezo a volverme completamente loco”.
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