18 abr 2009

Kilian Jornet


Para él es normal correr 166 kilómetros seguidos, 21 horas sin parar.

Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el intento. Perder es morir, vencer es sentir. La lucha es lo que diferencia una victoria, un vencedor. ¿Cuántas veces has llorado de rabia y dolor? ¿Cuántas veces has perdido la memoria, el habla y la cordura de agotamiento?". Así empieza el primer texto de su web. Un poco fuerte todo, ¿no? Bastante apocalíptico.
--Bueno, ya sabe: en la montaña uno se encuentra muy solo y, a menudo, te da por darle vueltas a la cabeza y, de vez en cuando, se te ocurren cosas así. Pero no hay que darle mucha importancia. O, sí, hay que darle la importancia de que para lograr tus metas has de ser capaz de renunciar a muchas cosas. Por ejemplo, al dolor. O a las dudas. O a las ganas de parar y decir "lo dejo, abandono". Y abandonar es lo más duro de la vida. No hay que rendirse nunca.

--Déjeme que sitúe al lector, desde hoy, seguro, su seguro admirador. Usted nació, casi, casi, en un refugio, en Cap del Rec, cerca de Puigcerdà. Sus padres, Eduard y Núria, le enseñaron a correr y a ir con esquís antes que a caminar. No es extraño que usted sea, con solo 21 años, bicampeón del mundo de carreras por montaña y campeón del mundo de esquí de montaña.
--Amo la naturaleza, la adoro. No soy como esos modernos que ahora han decidido dejar la ciudad y conocer el monte, cambiar de hábitos. No, no: yo me crié entre ciervos, rebecos, zorros, liebres y perdices. Yo sé lo que es ser un auténtico animal, pues me paso horas y horas cruzándome con ellos mientras corro o me entreno con los esquís. Al fin y al cabo, somos animales, y practicando mis especialidades te das cuenta de que no somos ni más ni menos que ellos.

--Me va a perdonar, también el lector que lo admira, pero lo que usted acaba de hacer es una auténtica animalada. Se ha convertido en el corredor más joven de la historia en ganar la Ultra Trail del Mont Blanc, una carrera de 166 kilómetros (¡cuatro maratones seguidos!), con 9.000 metros de desnivel, en el tiempo récord de 21 horas. No diré más: añada usted lo que quiera.
--Si naces en un refugio, no tienes otra cosa que hacer que correr por la montaña cuando hace buen tiempo y esquiar cuando nieva. No hay otra diversión, lo siento. O no. Para alguien que mide sus carreras y entrenamientos en horas, no en kilómetros, esa prueba era todo un reto. No podía morirme sin intentar ganarla. Piense que salimos más de 2.500 corredores. Ni le cuento los que se quedaron por el camino, los que tuvieron que ser hospitalizados o atendidos en plena carrera. Yo tuve momentos de duda, pero peleé como un jabato para acabar, porque me había propuesto cruzar la meta. ¡Y vaya si la crucé! ¡Hasta gané!

--¿Cuándo empezó a dudar de que no terminaría semejante prueba?
--A partir de la hora 14 de carrera...

--¿A partir de 14 horas? ¿Antes iba tan fresco? No me lo creo.
--Bueno, sí, hasta ese momento iba bien, sin problemas, sabiendo que sufriría, pero sereno. Tenga en cuenta que no hay nada más hermoso en esta vida que buscar tus límites. Yo disfruto intentando averiguar hasta dónde aguanto. Aguanto y aguanto hasta que pillo la pájara. Le garantizo que esa sensación también es bonita. Vas totalmente muerto, te vas superando a ti mismo, sientes el final. Primero es la fatiga, luego el dolor. Pero paras, vomitas, si es necesario, te alimentas con algo y sigues.

--Y, tras cruzar la meta, ¿qué sensación tuvo, en qué pensó?
--No estaba para muchas reflexiones. Me sentí orgulloso de mí mismo y de no haberme rendido. Ganas tuve de dejarlo, claro, pero acudí a esa prueba porque era un reto y me mentalicé de que no debía abandonar. Tardé tres semanas en recuperarme. Durante los primeros días, me tenían que ayudar a ducharme, sentarme en la mesa y meterme en el coche, porque yo era incapaz de moverme sin ayuda. Era un armario.

--No me extraña, la verdad.
--Piense que tuve muchísima suerte, porque a otros corredores, después de un esfuerzo así, se les caen las uñas de los pies. Son tantas horas golpeando en el suelo, que esos millones de impactos acaban ennegreciendo las uñas y, a los tres días, empiezan a caerse. Yo suelo tener suerte y no me ocurre eso. Como tampoco he sufrido amputación alguna por las congelaciones que padecemos en invierno cuando practicamos esquí de montaña y corremos, también durante horas, a 20 grados bajo cero, como nos ocurrió hace pocas semanas en el Mezalama (Italia).

--Perdone, pero ¿me puede contar cual es la gracia, el placer, de practicar semejantes deportes?
--Mire, para que se haga una idea de dónde vengo, le contaré que, de niño, con 13 años, nos trasladamos a vivir a Montellà, y algunos días iba y volvía del colegio corriendo.

--¡Toma, eso lo hacía yo casi cada día porque solía dormirme siempre!
--Sí, sí, pero mi cole estaba en La Seu d'Urgell: 21 kilómetros de ida y 21 de vuelta. Un maratón, vamos.

EMILIO PÉREZ DE ROZAS
El Periódico

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