8 abr 2009

Roberto Frasinelli I


Roberto Frassinelli es una de esas figuras, de ojos secos y mucha tralla, que el tiempo, azar incluido, ha diluido hasta la sombra. No fue solo un explorador, porque decir tal cosa sería hacer un tenue acercamiento a las huellas que dejó. Fue explorador, sí, y arqueólogo, marchante de antigüedades y libros, fue naturalista y hasta cuentan que cirujano. Tal vez hasta fuese poesía.

“Alguien dijo hace muchos siglos que se iban los dioses, y como la imitación no es propiedad exclusiva de los monos, alguien anunció mucho después que se iban los reyes y alguien ha añadido últimamente que se va la poesía. Ni los dioses, ni los reyes, ni la poesía se van. Los dioses y los reyes, lo más que hacen es mudar de nombre, y la poesía lo más que hace es mudar de voz. La poesía no se irá mientras no se vaya la humanidad” escribía en el prólogo de “El libro de las montañas”, Antonio de Trueba, poeta predilecto de Frassinelli. Y la poesía no se va “porque la poesía es el corazón humano”.

Roberto, nacido en la ciudad germana de Ludwisburg en 1811, cultivó su corazón primero en las calles feudales de la urbe, amenazadas por un capitalismo en pañales, y luego en la Universidad de Tubinga durante tres años. Tiempo suficiente para formar parte de un par de sociedades secretas, incluyendo la Gesellschaft der Feurreiter y la Sociedad de Jinetes del Fuego, predicando una Alemania libre y unificada, muy acorde con las teorías de Johann Becker, un obrero de 23 años que en 1833, desde prisión, organizaría un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede por aquellos grises días de la Dieta de la Confederación Germánica. Estudiantes y obreros afiliados al movimiento, entre ellos Frassinelli, marcharon convencidos de que su insurrección produciría una fortísima impresión en Alemania e iniciaría la muy estimada revolución. Pero fracasaron y algunos como Carlos Schapper, que logró huir a París donde junto a otros conspiradores fundaría la Liga de los Proscritos, o Roberto Frassinelli emigraron a mejores latitudes. Tras ser condenado por su papel en la revuelta, el alemán se estableció en España.

“Su verdadero teatro eran los Picos de Europa, Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos. En ellos se perdía meses enteros, llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la hierba seca, su carabina y cartuchos. Vino no bebía, bebía agua en la palma de la mano; carne sólo la del rebeco que abatía con certero disparo de su escopeta y cuya asadura tostaba sobre la misma lata del mismo fuego. Dormía entre las últimas matas de enebro; se bañaba al amanecer en los solitarios lagos de la montaña y al regresar de la penosa excursión a los Picos, se refrescaba revolcándose desnudo sobre la nieve...”, escribía sobre Frassinelli Don Alejandro Pidal, padre de Pedro Pidal, primer conquistador del Naranjo de Bulnes junto a El Cainejo. Pero antes de escoger los apagados bosques asturianos, Frassinelli pasó por Madrid.

Libros en la capital
“Cuando de noche pienso en Alemania/ no desciende a mis párpados el sueño/Mis ojos no se cierran, más los mojan/mis lágrimas de fuego” cuentan los versos de Heinrich Heine, puede que el último poeta y vencedor del romanticismo, y que bien valdrían para expresar las calladas primeras noches de Frassinelli en la capital española, donde ejerció de marchante para anticuarios y bibliófilos alemanes, labor que le llevaría a tener contacto con la familia de Antonio Miyar Otero, nacido en 1794 en la localidad asturiana de Corao, un erudito y librero que ejerció brillantemente durante ocho años en la extinta librería “Cruz y Miyar”.

A Antonio Miyar se le recuerda no tanto por la pasión que volcaba en su profesión como por su papel de mártir del liberalismo español, por lo que sería ahorcado, acusado de conspirar contra Fernando VII, en la plaza de la Cebada de Madrid, el 11 de abril de 1831, menos de un mes después de su detención en el domicilio del ingeniero Agustín Marcoartu, quien logró huir. Antonio dejaba una hija, Ramona Dominga Díaz que pronto se convertiría en el amor irreversible de Roberto Frassinelli y Burnitz. Ambos contraerían matrimonio y se retirarían, en 1854 a Corao, a cinco kilómetros de Cangas de Onís, donde el alemán iniciaría una etapa a medio camino entre el mito y la historia materialista.

Antes de la década de los 50, se tendrían informes de la presencia de Frassinelli en Asturias, concretamente en 1844, en las Actas de la Comisión Provincial de Monumentos, creadas aquel año por Real Orden el 13 de junio, para proteger los edificios y objetos de arte que habían pasado a ser propiedad del Estado tras la desamortización. Su objeto era “reunir datos de los edificios y antigüedades dignos de conservarse, así como de libros, documentos, cuadros, estatuas, medallas, etc., pertenecientes al Estado y dispersos por el territorio”. Y Frassinelli participaría en la labor.

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